China y la «ironía» del Soft Power
- Por: Marco Carrasco
- M.Sc. Behavioural Economics
- Université Paris 1 – Pantheon Sorbonne
En 1990, Joseph Nye —geopolítico estadounidense y profesor de la Universidad de Harvard— acuñó el término soft power por primera vez en su libro Bound to Lead: The Changing Nature of American Power. El concepto, que desde entonces ha entrado más y más en las discusiones de los círculos académicos y políticos a nivel mundial, hace referencia a la capacidad que un agente o ente político puede tener para incidir y moldear las acciones e intereses de otros, no a través de la coacción, sino de la atracción. Este poder puede darse, según Nye, en tres importantes flancos: la cultura, los valores sociales y políticos, y la política exterior. Áreas que pueden abarcar a su vez diversos factores más específicos de cada nación, tales como: el alcance cultural, el nivel educativo, la presencia virtual, el poder de sus instituciones públicas y privadas, entre muchos otros.
En el presente año, un estudio británico ubicó al Reino Unido, Alemania, Estados Unidos y Francia como los cuatro principales focos de soft power a nivel mundial, a la vez que ubicó a China en la posición número 30, la última del estudio. Esto generó cierto debate, al ser uno de los pocos estudios en presentar a China, la próxima primera potencia mundial, aún muy rezagada en su capacidad de influencia. Sin embargo, es importante recordar en este debate que los resultados de cualquier trabajo de esta índole pueden estar significativamente sesgados por diversos factores, ente ellos: el país de procedencia del estudio, la subjetividad inherente en la metodología de clasificación, y —en este caso en particular— la dificultad de medir objetivamente un concepto sutilmente abstracto como el soft power o “poder blando” —en palabras del mismo Nye: “el poder, como el amor, es más fácil de experimentar que de definir o medir”. No obstante, es posible extraer algunos indicadores y nociones generales, los cuales contrastados con los de otros estudios y opiniones de expertos pueden ayudarnos a tener un mejor panorama sobre la actual situación china en cuestiones de soft power, sea esta positiva o no.
Yendo algunos años atrás, fue en el 2007 cuando el aquel entonces presidente de China, Hu Jintao, expresó en el XVII Congreso Nacional del Partido Comunista de China la importancia que el país debe dar a la mejorar de su influencia cultural como parte y eje de la expansión del soft power nacional. En los años siguientes, a través de diversos ensayos y comentarios el ahora ex-presidente continuó remarcando directa e indirectamente su preocupación por la mejora de las estrategias chinas en esta importante área. Más recientemente, en el 2014, el actual presidente Xi Jinping ha vuelto a enfatizar lo importante que puede resultar para el país la mejora en su poder de atracción e influencia. Actualmente, si bien la percepción del crecimiento del hard power chino es casi unánime en occidente, no parece existir un consenso de opinión en cuanto al desarrollo de su soft power. De un lado se encuentran aquellos que consideran significativa la mejora china en su capacidad de influencia, retomando poco a poco su posición como uno de los principales focos culturales del mundo. Sin embargo, otros autores, entre ellos Nye y seguidores, han sido más cautelosos al momento de brindar una opinión sobre la eficacia de las políticas chinas enfocadas en mejorar su poder blando. Esto últimos suelen resaltar la aparente obsesión china por conseguir algo que aún están lejos de lograr por completo, especialmente si se considera el gran potencial dormido que tiene la nación.
De forma más específica, China aún parece adolecer de un buen posicionamiento en varios de los factores que pueden influir en su soft power. Por ejemplo, si uno se fija en la percepción mundial de cada nación —según las encuestas más recientes de la BBC World Service— si bien China cuenta con un balance global positivo, los niveles de percepción favorables como desfavorables no distan mucho entre sí, y en conjunto indican un nivel de bipolaridad significativamente mayor al generado por otras naciones. Esto varía significativamente según el país y la región evaluada, no obstante, el balance chino suele ser significativamente inferior al de otras naciones asiáticas como Corea del Sur o incluso Japón. Actualmente, China cuenta con un nivel de percepción favorable entre los países de África, no obstante su balance de percepción es significativamente más negativo en varias importantes naciones de Norteamérica y Europa. Para el caso de las naciones de Sudamérica y Asia, la percepción es en general bastante balanceada, aunque con muchas particularidades. En líneas generales, si bien el escenario no es para nada negativo, si se tiene en consideración el rápido desarrollo económico y la expansión del poder político chino, uno puede ver que el crecimiento de su capacidad para influenciar social y culturalmente a otras naciones puede no haberse desarrollado en la misma proporción, o al menos no con la misma velocidad e impacto.
Por ejemplo, si uno toma el área cultural como referencia, China tiene aún mucho que ofrecer al mundo occidental. Su milenaria historia, filosofía y cultura resulta tan amplia que pese a los esfuerzos del gobierno en promover su difusión por medio de la fundación de Institutos Confucio y Centros de Amistad en cada país, esto aún resulta insuficiente para algunos expertos. El interés por aprender chino y conocer más sobre la cultura y arte chino viene creciendo año a año, eso es evidente. No obstante, resulta aún pronto afirmar que el mandarín logrará una gran difusión y llegará a convertirse en una nueva lingua franca global, a la par con el inglés. Así también, si bien la cultura y arte popular chino despiertan mucho interés en los extranjeros, las más recientes olas de cultura oriental exportadas a occidente han sido para beneficio de Japón —anime, manga, moda, música— y Corea del Sur —hallyu. Olas culturales que sin ninguna duda han contribuido en mejorar la imagen de cada una de estas dos naciones en las naciones y grandes potencias extranjeras de Norteamérica y Europa.
No obstante, es también importante no olvidar que el concepto mismo del soft power y su importancia asociada son en esencia y origen construcciones occidentales. La importancia que el gigante asiático de a su capacidad de influencia y persuasión social y cultural, no tiene que coincidir con las visiones o pretensiones norteamericanas y europeas. En los últimos años, si bien China no ha contado con olas culturales como la japonesa o surcoreana, sí ha mantenido un significativo grado de cooperación con determinadas regiones. Los desembolsos y apoyos económicos o de cooperación realizados regularmente en ciertas naciones africanas, asiáticas y latinoamericanas, le vienen dando a China cierto rédito —positivo, así sea este aún pequeño en la actualidad— y mayor capacidad de influencia en determinados sectores de la población.
La aparente ironía del aún no muy eficiente crecimiento del soft power chino —en opinión de ciertos expertos— no es probablemente una ironía del todo. Efectivamente, China tiene aún mucho que dar y recorrer, pero esto es en gran medida porque la pecera que se pretende llenar es muchísimo más grande: lo que se le pide o se sueña para China es mucho más grande y ambicioso que lo concerniente a otras naciones. En tal sentido, si bien puede percibirse cierto énfasis y preocupación por seguir desarrollando su soft power, el avance continúa, lento o no, pero siempre seguro. Como dice una conocida frase —atribuida por algunos a Confucio: “No importa que tan lento uno vaya, lo importante es no detenerse” [不要緊,你慢慢走, 只要你不停止]