Capriles y los dividendos de la derrota

Capriles y los dividendos de la derrota

  • Por: Anthony Medina

Anthony Medina¿LA RE-REELECCIÓN DE CHÁVEZ FUE LO MEJOR QUE LE PUDO PASAR A LA OPOSICIÓN VENEZOLANA?

“Para saber ganar hay que saber perder”, fue una de las primeras frases de Henrique Capriles Radonski al aceptar públicamente su derrota frente al re-reelecto Hugo Chávez Frías en las más recientes elecciones venezolanas. Razón no le falta. A diferencia de algunos de sus termocéfalos seguidores (el antichavista Chiguire Bipolar nos enseña que para hacer buen humor político hay que darle con palo a todos por igual), Capriles ha demostrado talla de estadista, así como un verdadero interés por evitar polarizar al país aún más; llamando a la calma a todo el pueblo venezolano, incluidos aquellos que no votaron por él. Chávez captó el mensaje y sostuvo con él una “amena” conversación telefónica inmediatamente después.

Sin embargo, es justo preguntarnos si tanta ecuanimidad fue gratuita. Basta recordar el intento de Golpe de Estado de 2002, la huelga de los trabajadores de PDVSA (la más grande en la historia latinoamericana) y el intento de boicot en las elecciones a la Asamblea Nacional en 2005 para ponernos a pensar si una posición tan razonable como la de Capriles no es acaso, por decir lo menos, sospechosa. En pocas palabras: ¿Estamos seguros de que Capriles realmente quería ganar las elecciones?
Ciertamente, Capriles es un opositor atípico. Su posición frente al intento de Golpe de Estado de 2002 no es muy clara (a diferencia de otros líderes de partidos políticos y grupos empresariales que apoyaron abiertamente esta medida); además de negarse a denunciar fraude anticipado en las elecciones parlamentarias de 2005, ya que consideraba necesaria una presencia opositora fuerte en la Asamblea para bloquear determinados proyectos de ley que el chavismo buscaba impulsar. Por otro lado, el resto de la oposición también se ha moderado en los últimos años; arrebatándole con éxito la mayoría parlamentaria al PSUV en las elecciones del 2010 y colocando a Capriles como candidato presidencial a través de una agenda opositora común con elecciones internas; algo que hasta entonces no se había podido lograr, dadas las fracturas heredadas del período del Pacto de Punto Fijo (1958-1998) entre socialdemócratas (Acción Democrática) y socialcristianos (COPEI).
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Ignoramos qué estará pensando Capriles, al igual que sus planes para el futuro; pero lo cierto es que si hemos de presuponer racionalidad en su actuar (que la ha demostrado ampliamente), entonces debemos asumir que desde el principio Capriles ha estado plenamente consciente de la desfavorable correlación de fuerzas políticas que hubiera heredado, de ganar las elecciones. Por ello tomó sus medidas durante la campaña: Elaboró un edulcorado mensaje para las Fuerzas Armadas, negó que fuera a romper relaciones con Cuba, declarando su pleno respeto por el pueblo cubano (eso sí, exhortándolos a cambiar de modelo). Incluso en un momento llegó a declararse marxista-leninista, lo cual es comprensible en un ambiente marcado por la polarización (Capriles utilizó un discurso muy flexible que le permitió incorporar a amplios sectores de la población descontentos con el rumbo actual del gobierno venezolano). Por todo ello, cantar fraude (como algunos querían) frente a lo contundentes que fueron los resultados finales (Chávez ganó por un 11% aproximadamente, más de millón y medio de votos), hubiera sido una medida contraproducente para los posteriores intereses electorales de la oposición.
Pero Capriles sí la tenía clara; porque para saber ganar hay que saber perder. Y eso nos lleva a la pregunta: ¿Hay momentos en los que conviene más perder que ganar?
Según John Miclethwait y Adrian Wooldridge, la respuesta es que sí. En su libro “Una Nación Conservadora: El Poder de la Derecha en los Estados Unidos”; estos dos periodistas británicos argumentan que una de las causas del ascenso del movimiento conservador en este país fue la derrota electoral del republicano Barry Goldwater en 1964. Ojo, no la victoria; la derrota. Antes de eso, la derecha era débil a causa de su división entre los dos grandes partidos: Los conservadores del noreste y del medio oeste eran republicanos; pero los del sur se identificaban plenamente con el Partido Demócrata. En 1950 el GOP (Partido Republicano) no tenía senadores provenientes del sur; ya que había perdido la región durante la Guerra Civil, además de que se le culpaba de la Gran Depresión. Por otro lado, los demócratas controlaban esta región dado su respaldo a la segregación racial.
Sin embargo, a partir de inicios de los sesenta, el movimiento por los derechos civiles iba ganando más fuerza, a la vez que la alta dirigencia demócrata empezaba a asumir sus banderas. Los blancos del sur se opusieron y abandonaron el Partido Demócrata, a la vez que proclamaban abiertamente su prioridad: segregación e “integridad” de cada raza por separado. Por simple gravedad, estos ex demócratas terminaron apoyando a Goldwater, quien se convirtió en el mascarón de proa de un ejército que se iba agrupando en torno a determinadas ideas-fuerza: oposición a la influencia del gobierno federal, menores impuestos, abolición de derechos para las clases medias, ampliación de libertades empresariales y sobre todo, oposición a la Ley de Derechos Civiles.
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Barry Goldwater y Lyndon Johnson
Desde el inicio de la campaña, Goldwater comprendió que su empresa jamás podría alzar vuelo si se centraba solo en el voto blanco del sur. Por ello, buscó el apoyo de empresarios emergentes del Oeste en expansión; que en su mayoría eran self made men, individualistas y opuestos a todo lo que suene a Estado Federal y a stablishment de la Costa Este. Además, Goldwater sirvió de vínculo entre los militantes republicanos y los ideólogos conservadores que empezaban a crear think tanks como el American Enterprise Institute y escribían en revistas como la National Review. Con todo, la campaña de Goldwater fue una de las más aplastantes derrotas electorales en la historia de los Estados Unidos: Obtuvo 38% frente a un 61% de Lyndon Johnson; solo fue respaldado por seis estados del sur y Texas no estuvo entre ellos. La victoria de Johnson superó incluso a la de Roosevelt, que ya había impuesto un récord en 1936. Los republicanos terminaron convertidos en parias políticos.
Volviendo a la tesis de Micklethwait y Wooldridge, fue esa derrota lo que paradójicamente terminó convirtiendo al Partido Republicano en un espacio donde militantes e ideólogos de derecha pudieron reagruparse como una minoría opositora eficiente y disciplinada. En palabras de estos autores, la de 1964 fue una elección idónea para perder. Una hipotética victoria sobre Johnson hubiera implicado asumir los pasivos políticos de un gobierno sin base. Al verse ampliamente sobrepasado por el stablishment del Este y la mayoría liberal, Goldwater se habría visto obligado a seguir una línea intermedia que hubiera alejado a parte de su intransigente militancia; recibiendo críticas de todas partes que los demócratas habrían sabido cosechar muy bien en la siguiente elección. Como ya sabemos, lo que pasó fue exactamente lo contrario: El Partido Republicano llegó a tener a la mayoría de los presidentes siguientes durante todo el período que duró la Guerra Fría (con excepción de Carter), y la alianza entre militantes, ideólogos y financistas que Goldwater ayudó a formar sigue vigente hasta el día de hoy.
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Johnson vs. Goldwater 1964 / Chávez vs. Capriles 2012
Con algunos matices, un segundo ejemplo sería, naturalmente, el de nuestro actual presidente. Ollanta Humala tuvo que moderar su discurso de 2006 además de verse obligado a abjurar su propio Plan de Gobierno (quizás el más leído, rebuscado, analizado y escarbado de los últimos años). Poco después de asumir el gobierno, y a pesar de haber empezado con buen pie, las diferencias entre sus aliados de izquierda y él empezaban a hacerse notorias. En un intento por emular el slogan de “crecer con la derecha y redistribuir con la izquierda”, en poco tiempo las contradicciones entre funcionarios, así como las prioridades diferenciadas de una orquesta que toca sin partitura, terminaron llevando al Presidente a deshacerse de la mayor parte de la izquierda que lo llevó al poder en menos de un año. ¿Y por qué fue tan fácil hacerlo? Porque organizacionalmente no representaban mayor capital político. ¿Recuerdan la marcha de la CGTP en respaldo a Humala el año pasado? Varios periodistas y “analistas políticos” criticaron esta medida porque consideraban que no tenía sentido una marcha de ese tipo; ya que, supuestamente, la gente solo puede salir a la calle a marchar para oponerse a algo.
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¿Tiene sentido salir a marchar en favor de un poder establecido para los próximos cinco años? Sí, y mucho; si lo que quieres no es solo mostrar tu respaldo, sino principalmente demostrar tu capacidad de organización. Un espaldarazo de ese tipo también puede llevar implícita una consigna de: “Cuidado, Presidente, que no le va a ser tan fácil deshacerse de nosotros”. El resto de la izquierda aliada al gobierno (con muchos buenos técnicos y profesionales independientes, pero sin mayor arraigo popular) no llegó a comprender esto y fue desechada en función a un sencillo balance de fuerzas. “¿Para qué voy a tomar decisiones radicales, si mis aliados son incapaces de llenarme una Plaza en un par de horas como respaldo?, ¿Y si no es con estos, con quién puedo trabajar?”, debe ser lo que pensó el presidente Humala al tomar la decisión de abandonar a quienes lo llevaron al gobierno.
Para entender mejor cómo se aplica esto a la realidad venezolana, planteemos dos escenarios, ambos posibles:
Escenario 1: Capriles gana con 3 o 4 puntos de diferencia. El chavismo ya controla 15 Estados (Gobiernos Regionales) y la mayoría del territorio nacional; mientras que la oposición solo cinco pequeños en el oeste y el norte. Durante la transferencia de gobierno, el chavismo deja diversas “bombas de tiempo” en todas las instituciones del Estado, especialmente en PDVSA y los organismos que coordinan las misiones sociales. Rusia y China presionan para defender sus concesiones petroleras y bloquean intentos de Capriles por abrir el mercado a una mayor participación de empresas transnacionales. Las Fuerzas Armadas (Bolivarianas aún) hacen diversas demostraciones de fuerza frente al poder civil con el objetivo de preservar sus privilegios y mantener ocultos sus actos de corrupción. Por miedo a una eventual asonada militar, Capriles se niega a revisar el pasado turbio de los altos mandos. Los intentos de la oposición (hoy oficialismo) por abandonar el patrón importador de la economía y reindustrializar el país no solo chocan con diversas estructuras burocráticas internas, sino que empiezan a producir roces diplomáticos entre Venezuela y los países del MERCOSUR, que ya le vienen suministrando aquellas cosas que los venezolanos desean volver a producir. Chávez, ahora jefe de la oposición, empieza a recorrer el país con el objetivo de fortalecer al PSUV frente a las elecciones regionales que se avecinan, con lo que dispone de mayor flexibilidad para elegir a su sucesor al interior del partido sin exacerbar conflictos internos que hubiera tenido que asumir siendo gobierno. Resultado: el permanente chantaje de los sectores chavistas bloquea los intentos de Capriles por implementar cambios sustanciales, con lo que el país va cayendo progresivamente en una espiral de inestabilidad y violencia.
Escenario 2 (actual/potencial): Capriles pierde. Sin embargo, desde 2005 en adelante la oposición ha tenido dos grandes logros: la ruptura de la mayoría parlamentaria chavista en la Asamblea, y una personalidad que unifique a los diversos grupos opositores (el mismo Capriles). Chávez recibe medianamente debilitado su segunda reelección. Su salud sigue siendo un misterio, por lo que se ve obligado a asumir los pasivos de tener que elegir un sucesor dentro del gobierno. Al verse obligado a armar su estrategia en función a un horizonte de seis años, Chávez demora el tema de la sucesión, volviendo a abrir las heridas entre las Fuerzas Armadas, el PSUV y los diversos movimientos sociales que lo apoyan (dichas heridas se habían cerrado momentáneamente durante la campaña). La oposición logra algunos avances en las elecciones regionales y municipales de diciembre de 2012 y enero de 2013; con lo que decide aprovechar esa ventaja para fortalecer sus bases regionales. Resultado: en medio de las crecientes peleas intestinas en el oficialismo, la oposición busca ganar espacios de manera gradual, a la vez que institucionaliza mecanismos de democracia interna que le permitan posicionarse mejor frente a las elecciones de 2019.
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Es claro entonces cuál de los dos escenarios es el más idóneo para la oposición venezolana. Si bien ambos son hipotéticos, el segundo sí abre una ventana de oportunidad que la oposición puede llegar a aprovechar si decide organizarse; a diferencia del primer escenario, que más bien deja a la oposición sin piso y sin opciones a futuro, salvo quizás colocar unos cuantos cargos públicos que serían rápidamente retirados con la llegada de un nuevo gobierno (chavista o filochavista) el 2019. Recordemos que fue este tipo de desgaste el que produjo el progresivo descrédito del ya mencionado sistema puntofijista que gobernó la vida política venezolana de 1958 a 1998.
Esto se explica también debido a un problema de agencia. Un lugar común de la Ciencia Política en nuestra región es el de la crisis de las ideologías y de los partidos políticos. Lamentablemente, hoy más que nunca los candidatos presidenciales son cascarones vacíos que son llenados sobre la base de las preferencias del momento, las necesidades de la población (o lo que crean que son dichas necesidades), y sobre todo, el marketing. Finalmente, la correlación de fuerzas existente y las ventanas de oportunidad que ofrece el sistema político, obligan a los actores a posicionarse independientemente de sus preferencias ideológicas. ¿Acaso Fujimori fue un apóstol del neoliberalismo al momento de llegar al gobierno en 1990? (Por cierto, últimamente algunos seguidores del inquilino de la DIROES han llegado a elaborar teorías dignas de PeruFail con el objetivo de autojustificarse). De otro lado, ¿A alguien le queda duda de que si Keiko fuera la presidenta, Humala no estaría al lado de Gregorio Santos oponiéndose al proyecto Conga y reivindicando el plan de gobierno de La Gran Transformación? El mismísimo Hugo Chávez, quien en 1998 declaró no ser socialista, además de ser seguidor de la Tercera Vía de Tony Blair, tampoco logró escapar a esta dinámica. Sí, pues; ahora más que nunca, una cosa es con guitarra, y la otra con cajón.
Recapitulando: Primero, Humala se vende como socialdemócrata; mientras que el establishment de derecha piensa que dicha estrategia de marketing oculta un proyecto comunista asolapado. Con bases izquierdistas débiles y una tecnocracia neoliberal fuerte, el resultado es el abandono de dichas bases, así como la continuación del proyecto neoliberal. De otro lado, Capriles también vende su proyecto como socialdemócrata; mientras que el establishment de izquierda piensa que dicha estrategia de marketing oculta un proyecto neoliberal asolapado. De haber ganado lo habría hecho por un pequeño margen. Mientras que sus bases seguirían siendo débiles, la enorme burocracia chavista enquistada en el Estado hubiera puesto todo tipo de resistencias a cualquier cambio que el presidente electo quisiera implementar. La difícil situación habría obligado a Capriles a tranzar en nombre de la “gobernabilidad”, y un tiempo después ya tendríamos a la derecha venezolana fuera del gobierno, acusando al presidente que apoyaron de ser un continuador del proyecto chavista.
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¿Cuál es la moraleja de todo esto? Que a las minorías políticas siempre les conviene más ser oposición que oficialismo; ya que su auténtica prioridad, antes que cualquier otra, es hacer trabajo de base para dejar de ser minorías. (¿Sí o no, Javier Diez Canseco?).
Por todo ello, creemos que la derrota de Henrique Capriles salvó a la derecha venezolana de un destino similar al de la izquierda peruana con Ollanta Humala; ofreciéndole una oportunidad para reestructurarse, al igual que lo hizo la derecha estadounidense con el Partido Republicano a partir de la derrota de Goldwater en 1964. Si hay una palabra que resume el sentido del fenómeno chavista, es esta: progresividad. Progresividad a nivel de bases sociales, progresividad en los cambios jurídicos, progresividad en la Política Exterior, y, en última instancia, progresividad electoral. Y así, progresivamente, Venezuela se ha convertido en un país chavista, y lo hubiera seguido siendo así Capriles hubiera ganado el pasado 7 de octubre. Si lo que busca la oposición es un auténtico cambio de rumbo en Venezuela, y no solo unos cuantos cargos públicos (efímeros, al fin), tendrán que redefinir su identidad a largo plazo en torno a un proyecto político autónomo, y no solo reactivo como lo ha sido hasta el día de hoy. Ese potencial proyecto tiene un horizonte de tiempo y unas condiciones favorables, por lo que la oposición deberá romper para siempre con sus tendencias autoritarias del pasado para poder disputar esos espacios que el chavismo ganó a punta de trabajo político. Progresividad, esa es la clave.
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Nota: Este artículo es una respuesta a todas las tonterías que he visto publicadas en estos últimos días en nuestras amadas/odiadas redes sociales. Por alguna razón que no comprendo, pareciera que el chavismo polariza más a los peruanos que a los propios venezolanos (y de hecho, los venezolanos con los que he tenido oportunidad de conversar opinan igual que yo). Este artículo solo habla de lo que le conviene a la oposición venezolana; y no busca definir cuál es el interés nacional de todos los venezolanos, ya que quienes deben hacer eso son ellos, y no nosotros. Los peruanos debemos dejar de pensar en cosas que no podemos cambiar y en las que no podemos influir; dejar de confundir nuestra política interna con nuestra política exterior (buen post de Grancomboclub), y finalmente, tener claros cuáles son nuestros propios objetivos nacionales. Si somos conscientes de dichos intereses, sabremos que, gracias al chavismo, la mala gestión económica y la desindustrialización en Venezuela han beneficiado mucho a las exportaciones peruanas (ver nota de La República al respecto). En vez de perder el tiempo discutiendo si Hugo Chávez le conviene o no a Venezuela, pensemos en lo que nos conviene a nosotros: ¿Cómo podemos hacer para venderles a los venezolanos más manufacturas (que requieren mayor cantidad de mano de obra y dan más trabajo)?
En resumen, leer más a Hans Morgenthau y menos a Fritz Du Bois…